Así que apenas puedo recordar
qué fue de varios años de mi vida,
o adónde iba cuando desperté
y no me encontré solo.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Viejo secretario.

Hay años en los que uno se da cuenta de que el escenario es inmenso, de que el decorado a veces se descubre, y se observan los desconchones del alma. Hay años que sirven para graduarse, para perder un poco el miedo de todo lo que fue y lo que no pudo ser en potencia. Hay años en los que el alma duele más que otros años, en los que dos dos décadas pesan como puñales, y en los que siempre hay alguien observándote entre bambalinas, procurando que no tropieces al salir, mires hacia arriba, y descubras a algún dios que todavía permanece callado, retorciéndose las manos en la sala de espera, maldiciendo en vez de rezando.
Hay años en los que hay conocidos que mueren, en los que uno comienza a llenarse repentinamente de ausencias. Y duelen.
Hay años en los que comprendes que siempre habrá una niña de cabellos rubios esperándote en el norte, esperando jugar con sus ojos azules clavados en la inocencia, inventándose vidas en un segundo, cambiando constantemente las reglas del juego. Siempre para que tú ganes.
Hay años, en fin, en los que el miedo se agazapa, parece desaparecer, parece esconderse detrás de ese decorado que todos levantamos con ayuda del tiempo, y en el que todos somos personajes de primera línea. 
Hay años en los que uno siente esa debilidad mezclada a partes iguales con el sosiego de los años, y se pregunta cuánto tiempo permanecerá el telón levantado. Hay años en los que algunos fallan, pero los imprescindibles permanecen, ellos saben bien quiénes son, y tienen claro su papel en esta tragicomedia. 
Hay años en los que el mismo amor sigue subiendo los peldaños del teatro, continúa contigo en escena hasta que se baje el telón, e incluso hasta que se derrumbe el edificio. Porque sin él no sería posible la mayor parte de esta tragicomedia. 
Hay años, en definitiva, en los que uno se acuerda de un señor enfundado en una gabardina con un perro lanudo en el regazo, o de otro señor con el cigarrillo en la boca, alzando una ceja. Años en los que los más ancianos permanecen, vaya usted a saber hasta cuándo. Años en los que una abuela sigue soplando una vela por su cumpleaños, años en los que la boina de otro abuelo sigue usándose, años en los que la mujer más vieja del mundo sigue teniendo en el salón novela victoriana para pasar las largas tardes de invierno. Años, en definitiva, en los que los padres y los hermanos siguen estallando en carcajadas en la cocina. Por mucho tiempo.
Años, en fin, para eso y mucho más, nervios antes de salir, aplausos entre actos. 
Que no se baje el telón, todavía quedan muchos actores en escena.
 Bienvenido, 2015.
[Eisenheim.]

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